Cuando Florance y Nathanael vienen a casa después de recorrer medio mundo para salvar la vida del pequeño, nosotros les tenemos preparada su habitación y le enseñamos la ropa del bebe, su propia ropa, su habitación, su cama y el dormitorio que con tanto cariño hemos hecho. Ella no ha tenido tanto en toda su existencia.
Ella solo lleva una pequeña mochila, de la cual saca una bolsa para mí. “ Yo te he traído esto”, dice.
Abro la bolsa negra y veo unos 5Kg de naranjas, su tesoro, su único equipaje.
No he recibido un regalo más entrañable, sencillo y contundente como este en mi vida.
En ese momento, la vida te da un vuelco y el corazón se pone en el lugar correcto. A partir de ahí, la dosis de realidad inunda el resto de nuestra rutina diaria.
¿Qué hago para conservar ese sentimiento en mi cabeza?, quiero hacer una foto mental
y recordar lo que siento: el shock cultural, la riqueza y la pobreza, el valor de las cosas, el valor de la comida, el valor del agradecimiento, el cariño sincero.
¿Cuándo perdimos el valor de la sencillez?
Se me ocurrió secar las naranjas en rodajas y preservarlas en un tarro de cristal.
Cada día lo veo, puedo recordar que hemos salvado una vida, que sus cicatrices en el pecho son muestra de UN FUTURO.
Gracias porque tengo ropa con la que abrigarme, y mucha!;
Gracias porque tengo agua corriente que sale de un grifo;
Gracias por la salud, una bendición tan poco valorada hasta que te toca;
Gracias por un techo donde dormir en el que no entra agua, en el que no siento el viento;
Gracias por la Salud Pública que tengo en este país que hace que no tenga que buscar ayuda fuera para que mi hijo viva;
Gracias por la sociedad de bienestar que han forjado mis abuelos y abuelas, hombres y mujeres fuertes que nos dieron todo lo que ellos no tuvieron,
Gracias porque no necesito más que unas naranjas para ser feliz.